YO, PERSEGUIDOR DE MI LUNA











Si señoría, yo me alzo en pie y confieso que aquella noche fui perseguidor de mi luna, todo sucedió durante la noche que transcurrió entre los días quince y dieciséis de este mes de octubre en los que una vez más perseguí a la luna, yo fui a su encuentro justo al anochecer y al principio me esquivó, pero repentinamente apareció en el cielo, tan bella, tan hermosa, tan radiante que ella sola iluminó aquella noche que empezaba a oscurecerse, detrás de ella comenzaron a aparecer aquellas nubes, nubes de las que le hablaré más adelante, y de repente desapareció, el cielo se quedó oscuro  mientras parpadeaba, fueron las nubes señoría las que se la llevaron, ellas la ocultaron de mi y ante eso decidí buscarla, le confieso que vagué desesperado, que atravesé cientos caminos, varios bosques, algunos campos e incluso llegué hasta la orilla de la mar, pero ella no estaba, alguna vez podía distinguir su brillo saliendo por alguna pequeña rendija que dejaba aquella masa enfurecida de nubes que se la llevaron y yo, yo señoría, yo desesperado, confieso que poseído por ese deseo de seguir viéndola no dejé de mirar aquel cielo en esa noche y fue cuando más tarde, no recuerdo si eran las cuatro, las cinco o las seis, perdone mi duda horaria pero hace ya años que carezco de reloj, ella apareció, surgió entre aquellas desalmadas nubes que la custodiaban, tan hermosa como siempre, tan bella que... las nubes, esas nubes al volvernos la empezaron a ocultar y aunque ella intentó escapar, su lucha fue en vano, tan rápidamente como había aparecido desapareció en aquellos cielos y yo, yo desesperado me dejé caer sobre la alta hierba de aquel prado, rendido, agotado, exhausto, aún mirando en el cielo y fue allí señoría cuando un tímido sol comenzó a salir justo a mi espalda mientras yo aún esperaba para volver a ver a mi luna...  

Carlos


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