CALOR, MUCHO CALOR
Habían anunciado temperaturas muy altas para ese miércoles siete de septiembre, al amanecer el calor ya era insoportable cuando penetramos en el bosque, solo el frescor de los arroyos aliviaba el exceso de calor en la subida por aquel precioso bosque de hayas, el agua iba descendiendo a media que pasaban las horas, el calor del sol nos azotó nuevamente cuando salimos del bosque ya frente a nuestro objetivo, bocanadas de aire caliente circulaban por aquella inmensa pradera haciendo insoportable la respiración, lentamente fuimos ascendiendo por la ladera de aquella montaña ilusionados por que a medida que ganásemos altura entrase algo de aire fresco, pero a medida que íbamos ganando metros el calor era cada vez más y más insoportable, el descenso fue hacía los infiernos, bolsas de aíre caliente lo hacían insoportable y nuestra mente cabalgaba hacía el bosque que teníamos a nuestros pies con la esperanza de que nuevo este se encargará de refrigerar nuestros cuerpos y finalmente llegamos al bosque y de allí al río y a ese frescor tan deseado en aquel caluroso día y fue allí en el río donde lo descubrimos, acostado en una cueva, a la sombra, entre el agua, buscando ese mismo frescor que nosotros ansiábamos y allí le dejamos justo unos metros por encima del lugar donde nosotros también nos refrescamos.





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