EL BOSQUE DE LOS GNOMOS


y en el bosque de los gnomos decidieron encender su luz....

Agustina Arias es una de esas mujeres curtidas por el viento, por ese viento que durante los largos años de vida, hay quien dice que más de cien, fue golpeando su rostro, sus manos y también su alma, un viento que como ella dice venia y sin avisar del temido norte, remondo todas las lomas de las altas montañas, que se colaba  y aún se cuela por los rincones de las prendas y las ropas y que por mucho que te emperres en abrigarte él siempre buscar resquicios, agujeros  que hacen que te crujan hasta los sentidos, ese viento que convive y es uno más de los que durante años han poblado esa aldea sumergida ahora en el abandono justo a la mitad de una montaña, a la que ahora nadie llega, pero de la que todo el mundo huyó, menos Agustina. Ella que te mira con ojos llenos de vida, con esos que ha vivido, pero que también han visto e incluso como ella dicen a veces han oído, ojos negros como aquel carbón que sigue atizando en su cocina, carbón que fue tiñendo de negro y de desgracias una tierra verde llena de vida y que fue amargando corazones, destrozando vidas y llenando de riqueza bolsillos ajenos o como Agustina dice a los que llegaron y después de llevárnoslo todo de allí se fueron.  Cuando habla sientes como tu corazón se va encogiendo, como sus palabras cargadas de la emoción de su larga vida, van traspasando el umbral de su puerta y te transportan a esos  momentos felices que relata y sus silencios son aquellos momentos más duros que se calla y que sin duda guarda en su alma. Allí en aquel pequeño cuarto, a la lumbre de la cocina de carbón, sigue contando sus historias, sacadas de lo más profundo de su alma, mirándote a los ojos, encogiendo con sus palabras tu alma, relatos que comparte con quien la escuchan y fue ella la que una tarde de aquel impaciente otoño que deseaba convertirse ya en invierno la que me habló de aquel bosque, un bosque no muy lejano a aquella aldea al que desde los tiempos que ella conocía nadie iba, un bosque al que los hombres fueron arrinconando en su ansia de extraer de la tierra todo lo que a ellos les diera dinero, un bosque maldito por las lenguas de los que de él hablaban, por las historias de las noches de los inviernos y del miedo, en ellas se contaba que en ese bosque los lobos susurraban aullidos a la espalda de aquellos caminantes que en él penetraban,  los pájaros no se atrevían a cantar ni entrar en su espesura y el silencio ensordecía los oídos de aquel que se acercaba a unos metros de sus primeras ramas y así fue como Agustina convivió con ese miedo mientras los años le fueron pasando entre sus risas, partos, muertes y llantos, conviviendo con ese viento que ni siquiera ahora después de tantos años la respeta.  Agustina guarda silencio, mira por la ventana ensimismada contemplando comos las hayas dejan caer sus hojas, agarrando con firmeza la humeante taza de café que sostiene con sus envejecidas manos y me confiesa que ella si entró una vez en aquel maldito bosque y en sus ojos veo esa chispa de alegría,  de picardía, de diablura y me dice: "y en el bosque de los gnomos decidieron encender su luz".

Carlos



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