LA DANZA DE MIS REBECOS
Amanece y me amanece ya en el camino que me lleva hacía las Vegas de Sotres, amanece con cielos rojos y amarillos que tiñen las ennegrecidas montañas, el viento, el gélido viento de la mañana galopa entre estas montañas de los Macizos Oriental y Central de nuestros picos, amanece y en ese amanecer confluyen mi soledad, mis pisadas y el canto agitado de los treparriscos en celo, también de un colirrojo que juega conmigo a ver quien llega primero a la siguiente piedra y ya muy cerca de las viejas cabañas de la vega el agua que comienza a enverdecer aún más las ya de por si verdes praderas, y al llegar me acerco a las cabanas y entre ellas busco cobijo contra el viento, el frío, el agua y también de mis soledades, contemplo desde allí como el sol se oculta mientras la lluvia no decrece y también oigo al cercano Duje que brama, descendiendo imparable desde las cercanas praderas de Aliva, me levanto y cruzo lentamente uno de los muchos arroyos que descienden del Oriental, a mi espalda sobre la enorme mole del Escamellao las nubes juegan a ocultar sus nieves y por encima el cielo comienza a aparecer azul, me detengo y al contemplar la empinada ladera que bajan de la Mata de las Vegas los veo, bajan a cientos, lentamente, mirando el valle, inquietos, nerviosos, precavidos, y yo al verlos me hago invisible entre una muria de piedras, mientras ellos descienden los últimos metros que los acercan a la vega y un salto cruzan el escandaloso Duje y lentamente comienzan a poblar la verde pradera, mientras yo oculto entre las piedras los contemplo, me siento afortunado de ser el espectador invisible de sus danzas, porque en esa fría mañana de domingo ellos, los rebecos danzaron para mi en las verdes praderas de las Vegas de Sotres.


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